Llega tiempo de ruido
y reflexión bajo el palo. Es Semana Santa. Pero yo prefiero llamarla de Pasión,
por el amor y el dolor como premisa de una creencia, compitiendo.
Calle arriba, cerro
abajo, el peso lo cargan muchos, más que en los hombros, en las conciencias.
Pero eso no impide que alguna Fe se cuele por el capuz y se derrita entre las
túnicas multicolores, junto al sudor del esfuerzo y el ímpetu de corazones
divididos.
Al fondo de mí, se
acerca el recogimiento entre las llamas de una vela. Llegan del calvario
aquellos que inventaron, no hace mucho, una nueva procesión con la cruz
dirigida a la ausencia de los que ya no están en las calles, con sus días
repetidos de noches largas, sino en el recuerdo arañando las esquinas del
tiempo.
La Procesión del
Recuerdo para aquellos que se fueron dirigiendo al cielo una mirada de súplica
para continuar entre la vida. Pero la muerte sabe jugar sus cartas y derrotar a
los naipes ganándoles la partida.
Es noche de lazos negros.
Olor a incienso.
Fría primavera.
Y en el sudario de nubes,
nuestros muertos.
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