lunes, 4 de enero de 2010

UN DIA DE PESCA

http://www.youtube.com/watch?v=Tx-TpvHhuwk
Viejo zorro es, además de un gran amigo al que quiero mucho, un extraordinario pintor y escultor. Juntos lidiamos con la Literatura y el Humor por el Foro de Literatura donde pasamos muchos buenos momentos.
Tiene creado un rincón donde va dejando algunas de sus pinturas para que nuestra imaginación cree lo que le inspira el cuadro.
Este que dejo es el que me inspiró esta bella pintura. 

UN DIA DE PESCA.
Me he dejado el cebo, ¡¡será posible esta cabeza mía¡¡ ¿En qué estaré pensando?...En él, seguro. En las cosas que hace, en cómo las hace…En los mensajes subliminales con los que me acalla. En su voz. En…bueno, en tantas cosas que ya no sé que pensar.

Rebusco en la cesta, nada. Miro debajo del asiento de la barca, solo encuentro la carta de una baraja…¿Pero que hace esto aquí?...Es un as, el de trébol, qué curioso…Bueno, sigo buscando el cebo…y con la carta en la mano me voy a la proa a sentarme un poco mientras pienso donde podré encontrar uno para poder pescar, que a eso he venido y muy temprano me hice a la mar cuando aún no había amanecido y las nubes grises recortaban el cielo en formas que se alargaban movidas por el aire y removía mi pelo como ondas marinas.

A lo lejos el faro emitía su haz de luz y se erguía majestuoso con su ojo de fuego. El aire impetuoso de la primera hora se había calmado y una suave brisa  traía ante mí su aroma de algas y sal. De repente me di cuenta que mi interés por pescar había desaparecido. Me dispuse a relajarme mirando al cielo que cambiaba de color constantemente. Que se mostraba ante mí como obra inacabada. Como pintura en un cuadro cuyo boceto no había sido precisado. Un cielo cuyo azul no estaba en la paleta de colores. Pero si el gris y el negro, el naranja y el ocre y me pareció ver un suave malva rodeando una nube que cambiaba de forma y me regalaba otra nueva antes de que hubiese descubierto en qué se había convertido la anterior.

Las olas suaves y onduladas rozaban tímidamente la barca. Quise mojar mi cara con ellas y, de pronto, el frío húmedo salpicó mi calma. Mientras me engullía el mar y las algas se asían como tentáculos a mi cuerpo y un ensordecedor silencio me rompía por dentro, pensaba que era el fin de todo. No podía nadar. Me hundía más y más. La profundidad dolía.
No sentía miedo ante la realidad que se palpaba junto al acelerado ritmo cardiaco, pero pese al brutal silencio que ensordecía más que cualquier ruido, el sonido de mi corazón era claro y fuerte. Como de galope de caballos desbocados.

Dicen que cuando vamos a morir toda nuestra vida pasa ante nosotros a una velocidad de vértigo. Que podemos ver todo lo que hemos vivido. Que podemos recordar lo que quedó en el olvido. Que no hay ya ni dolor ni miedo, sino la conciencia de llegar a la infinitud de la nada.

Y allí,  en la inmensidad del mar.
Se daban la mano mis mundos soñados.
Mis silencios rotos por palabras no profanadas.
Los caminos tortuosos alejados.
La Tierra firme sin ser mancillada.
Fronteras de miedo olvidadas.

Por las ventanas de mi mente, el sol amarillo se abría paso ante el cielo azul. Atisbos teñidos de rojo pasión enviaban su reflejo al verde de la esperanza, donde un blanco inmaculado de nubes de algodón,  dibujaban motivos para que yo los imaginara.

Y allí, en la profundidad del mar, la vida era del color como yo la soñara. En la mano aún aferrada una carta. Un trébol de cuatro hojas. Un as en la manga.


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