martes, 8 de diciembre de 2009

ENTRE LA HIERBABUENA

ttp://www.youtube.com/watch?v=oZ0CnKk7nGM

Cuando hizo la maleta para ir a su encuentro, junto a la cómoda ropa y las zapatillas de los caminos metió un poco de hierbabuena. No supo bien por qué pero siempre le gustó el olor fresco de esa planta que tiene sembrada en su particular bosque a la que acaricia para que sus  manos queden impregnadas de su aroma.


El día resultó caluroso, más de lo que ella esperaba. Llegó un poco antes que él y se instaló cómodamente en la casa que compartían. Cuando pasado un tiempo él no llegaba, la ansiedad le hizo marcar atropelladamente su número y al oír su voz respiró aliviada, pues siempre que él se retrasa crece su ansiedad por el encuentro, ya que la carretera es esa parte del camino que a demasiadas veces se queda sin recorrer.

El trabajo les separa, los kilómetros se duplican ante la necesidad de verse más tiempo y disfrutarse de nuevo. Por eso, cuando pueden, en cuanto los días de fiesta llegan o pueden permitírselo no hay distancia posible. Se produce el encuentro como se produce entre dos polos, como los imanes se encuentran, como los amantes esperan.
Pero ahora ya estaban juntos, nadie más a su lado. Ningún compromiso les dilataba el tiempo. Nada les detenía. Los abrazos, los besos, las caricias y el éxtasis final, marcaron el rumbo durante el tiempo que compartían dos cuerpos tan desnudos como lo estaba su vida cuando no se tenían, cuando no llenaban de ternura sus vacías horas, cuando sus camas estaban sin los aromas que compartían, y…
Se llenaron de amor las paredes de su alcoba.
Se les hizo de noche entre saliva y miel.
Se les llenó la boca de risa y besos.
Se les quedó en su lengua el sabor de la piel.

Cuando amaneció, el nuevo día les cogió de la mano y los brindó al sol que ponía en sus rostros un color nuevo. Se sentían plenos y felices, llenos de amor y no querían pensar que poco después se irían de nuevo a otras urbes de ruido y un tiempo vacío sin tenerse, y sin que sus manos se tocaran y sus labios se besaran. 
Se tumbaron en la verde hierba, enfrentaron sus caras al cielo azul donde un avión silencioso fue dibujando tras de sí una estela blanca de caminos paralelos. Como los caminos que ambos se han marcado, o quizá ha sido el destino quien los ha grabado antes que ella y él.

Cuando se levantaron de la tierra húmeda y dejaron sus ojos de ver el cielo y sus oídos se alejaron de los trinos que pequeños pájaros les habían regalado cuando cada uno se dirigió a su cotidianidad, todo olía a hierbabuena.


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