miércoles, 31 de agosto de 2011

Crónica de una noche de verano en el Sacromonte de Granada.

Dice quién lo dice, que los tesoros escondidos en el Sacromonte, por ahí siguen; a buen recaudo para que nadie los encuentre. Leo en la red, -donde se lee todo lo que se lee-, que los gitanos fueron unos de los primeros moradores que realizaron más de un sortilegio en busca del lugar exacto donde estuvieran escondidos los tesoros. Siendo conocidos los quehaceres misteriosos de alguna vieja hechicera "ferminibí" que, hablando unas veces con el agua y otras con el fuego, o mirando sin pestañear una palangana de agua, intentaba conseguir algunas pistas con las que hallarlos, y aún hoy no sabemos si fueron descubiertos por alguno de aquellos buscadores, y en secreto se los apropiaron, o si siguen escondidos en cualquier lugar cercano...

Yo, ni sabía que existía la posibilidad de que las callejuelas empinadas con los guijarros -que se clavan en la planta de los pies si no te calzas adecuadamente, y forman la huella del caminar- pudieran esconder esa leyenda que acompaña a la historia del lugar. No había leído nada al respecto antes, ni escuchado de boquita pintada alguna que, en la antigüedad, se guardaran tesoros bajo los olivos. -Y, aunque lo supiera-, no era cuestión de ponerse a buscarlos con la que estaba cayendo; 42 grados a la sombra.

La casa-cueva que nos acogió por mor de una encantadora anfitriona la noche diferente, ponía en mis retinas y retrataba en sepia, la magia del lugar. Por la ventana que mirara, -y no es que las cuevas las tuvieran, sino que, con el tiempo, la mano del hombre fue añadiendo, para mejor solaz en ellas, partes de arquitectura actual mezclada con el embeleso de la roca pura de cal y cante- se divisaba con la altanería de una Sultana, la Alhambra de día, la Alhambra de noche. La misma, pero tan distinta, según incida la luz en su embrujo. Me acordé sobremanera de la Doña Amparo del currelo a la amiga de siempre, porque si hay alguien enamorada de la Torre del Homenaje, esa es la que, en otra vida, seguro que fue la amante de un Emir de ojos rasgados y piel morena, que la cautivó para todos los karmas posibles…

Dormir con una manta en la cueva dormitorio, cuando “la caló” ahoga a los pollos en las urbes de ruido y gas quemado, es otra de las ventajas del Sacromonte. Allí, exhaustas del paseo nocturno las tres amigas y la cuarta que suscribe, nos entregamos al sueño de Morfeo entre zambras, chumberas y el Mirador de San Nicolás, -al que he prometido volver en el momento que pueda comprobar a qué saben los besos de la espera- no sin antes habernos hechizado entre palmas, el sonido del cajón flamenco -que acertadamente importó Paco de Lucia- como acompañante a la voz ronca del cantaor improvisado en la noche callejera.

Los volantes de las faldas, atrapan con su embrujo a los corazones que buscan el enredo de brazos ungidos de pulseras, y los dedos; aderezados con anillos de falsos diamantes, acarician con su aleteo de manos y van dejando una brizna de aire fresco en la piel a golpe de taconeo, cuando el rasgueo de la guitarra pone a bailar al sentimiento, salen por la boca los quejíos y se retuercen los cuerpos en movimientos de desbocado contoneo.

He comprobado, que lo que mejor que define al flamenco y envuelve en magia al Albaycin, es la pasión que aflora desde la emoción y la poesía, lo que pone a cantar y bailar a las penas en cualquier cueva del Sacromonte.


lunes, 22 de agosto de 2011

LAS DAMAS DEL BOSQUE.


El pueblo, amaneció cubierto de rocío acariciando con su frescura los campos engalanados de silencio. Más tarde, no salió el Sol brillando en las cúspides de los cerros, ni el calor de sus rayos besó las sonrisas tempranas. Y todo, porque las mujeres más jóvenes del lugar, se habían ocultado. Por una extraña razón, que nadie acertaba a entender, la belleza reciente no asomaba su faz más amable. Era como si un hechizo preparado en la caverna del Hada Oscura, las hubiera mantenido alejadas de la algarabía que recorría las calles, y era el gélido viento de la ausencia, quien paseaba entre las gentes.

Al caer la noche, el reloj emergido de las piedras, anunció la hora en que el Espíritu del Bosque se manifiesta. Su tañido familiar se había convertido en una melodía que, al escucharla, trasformaba a los habitantes, -muchos taciturnos y huraños- en gentiles. Las ventanas, ocultas en la oscuridad, se iluminaron, y por las puertas asomaban cabezas rodeadas de sueño.

El aire perfumaba la piel con aroma a fruta madura, y saludó la Luna entre algodones para envolver a los moradores en el brillo de su plata.

-¿Qué ocurre? -Preguntó la anciana que se atusaba las canas con manos enfundadas de experiencia y se cubría con larga capa de ozono.

La joven con ojos de gata que había a su lado, con envolvente voz, le susurró al oído.

-Son las Damas del Bosque, que vienen a visitarnos.

-¿Y qué quieren?, -musitó la boca acompañada de arrugas.

-Vienen a poner cánticos al silencio de los pájaros, y hacer sonar la música apagada de los ríos. Abonar con su alegría la tristeza, para dar vida a la vida talada de los Bosques…Tejerán con invisibles hilos, puentes de plata, para cruzar el Río de la Vida. -Así podremos entender mejor la naturaleza de cada ser... y respetarla.

-¡Vaya¡ -musitó la abuela-…-Cuando yo era joven, también hacia esas cosas. Tenía fuerza para luchar contra los que no amaban a las plantas. Maltrataban a los animales y los abandonaban a su suerte. Prendían fuego en el Bosque que descuidaban calcinando su belleza. Hasta las piedras se lamentaban de su suerte cuando eran cubiertas por basuras y muebles viejos. Un día, un ciervo se acercó a mí, bramando su tristeza por tener que comer pasto de las llamas...Y mis antepasados veían desaparecer su historia.

-Sí, -apostillaba la chica que vestía de seda y olía a flores frescas-. Pero todo eso va a cambiar. Hay demasiados irresponsables en el Planeta que lo van devastando…Pero somos muchos en lucha para evitarlo. Mis compañeras, traen semillas nuevas para sembrar y, lo mejor, conciencias buenas para regar. Si quiere, ayúdenos…Y hagamos que todo el pueblo contribuya, y lo conseguiremos.

Las recién llegadas se acercaron a la anciana y a la chica, reconociéndose en las semejanzas. Los vecinos habían acudido a la llamada que hicieron las lechuzas y, sentándose alrededor del viejo roble,  escuchaban lo que les vinieron a contar. Pronto comprendieron que nada estaba perdido, porque todos los dones que ofrece la Naturaleza de los Bosques, también se encontraban en ellos mismos, aunque dudaban de cómo hacer para descubrirlos cuanto antes.

Juntos, decidieron salir al día siguiente, acompañados de su ilusión reciente, a recorrer los cerros y las calles, los caminos y veredas, para comenzar a disfrutar de las maravillas que les ofrecía ese don tan cercano y, a la vez, tan olvidado, que sus beneficios pasaban muchas veces desapercibidos.

Caminaban entonando la “Reflexión sobre las Bellas Cosas” que las Damas del Bosque les habían dejado.

—Nos pasamos gran parte de la vida sobre el asfalto. Con rabia en las venas y prisa en el reloj. Ya, ni un año parece un año. Vamos galopando entre adoquines y queriendo dormir mucho para sufrir menos. Pero no os quedéis plantados; salir de la rutina y entrar a los bosques a disfrutar de su embrujo. En ellos en encuentra la fuerza que necesitamos.

La Ardilla, que había observado todo desde el principio, mientras engullía piñones, se unió a ellos saltando entre las ramas.

—Evitar contagiar los mares y ríos… Reciclar vuestros deshechos para evitar la tala de árboles que nos dan sombra, frutos, oxígeno… y nos permiten grabar en su piel, corazones enamorados. Recordar siempre que el Bosque es mucho más que madera.

La anciana, comprendiendo que le quedaba poco tiempo para hacer tanto como hacía falta, les habló mientras descansaba apoyada en un albaricoquero.

—Si yo pudiera, bajaría a las entrañas de la Tierra. En las profundidades me recrearía en la inmensidad de su silencio. Luego, saldría a comer hierba fresca, beber el rocío, y mirar al cielo cuajado de sonrisas de ángeles, y vería a mi gente.

Pero estoy aquí, entre el ruido y tantas veces, el miedo, porque muchos días el Sol se asoma entre nubes que acaban su jornada con lágrimas de lluvia.

Tenemos que darnos prisa para remediar la tristeza que rodea al Planeta y a nosotros que lo habitamos.

Deberíamos dibujar ternura en el agua para que se entregue alegre a las mareas, y escribir mensajes indelebles de amor en la arena.

Dormir abrazados a los sueños para poner ilusión a las mañanas. Besar a las flores y que esparzan sus fragancias a los miedos. Regalar bellas palabras a los vientos para que siembren dulces promesas...

El pueblo entero asentía. Al reanudar la marcha por el camino tapizado de verde, la mujer que caminaba hacia el grupo y vestía ropas de otro tiempo, les preguntó dónde podría conseguir sonrisas.

Todos se encogieron de hombros.

Ella, de ojos color Tierra, llevaba prendida en el pecho una Amapola. Mariposas se mezclaban con las hebras doradas de las espigas, hechas cabello. Del bolsillo de su falda extrajo un ramo de sentimientos que aderezó con una pizca de ternura, sembrándolos con sus manos que, en su batir, volaron ilusiones que fueron a caer en las emociones; comenzando a brotar de su piel gotas de lluvia que bebieron los surcos de los rostros áridos.

Los caminantes contemplaban boquiabiertos lo que creyeron un encantamiento, liberando así a la alegría que se había quedado atrapada tiempo atrás en el olvido...Y rieron, rieron...tanto, que sin dudar, supieron que se encontraban ante las sonrisas que la mujer iba buscando...

Siguieron caminando acompañados de un suave olor a flores frescas, adentrándose en el Bosque que los envolvió con sus sonidos; mágicos como los sueños.

Ayer, concluyeron las fiestas de San Roque 2011,  con la XXXIII edición de los Juegos Florales donde el pasado año tuve el honor de ser la Mantenedora. Esta vez, mi granito de arena era dejar salir a las Damas  para que llevaran su mensaje fuera de su hábitat, por ser el Año Internacional de los Bosques. Ellas dijeron mucho y calaron hondo en el respetable. Quizá también el escenario haya servido no sólo para que tomemos conciencia de lo que significa no respetar la Naturaleza, talar  los Bosques y  calcinar su vida, y las mujeres más jóvenes  puedan comprender, si participan activamente, que ellas son un motor principal en los actos culturales que en su honor se celebran y, por unos días vivan algo más que la rutina del botellón.

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