lunes, 15 de febrero de 2010

NIEVE EN EL BOSQUE

Temprano reclama la gata mi atención. 
Como cada mañana cuando el jamón dulce tira de su recuerdo y espera que el sabor de la leche le alivie de la sequedad de la noche.

Le dan igual los sábados, los domingos y las fiestas de guardar.

Pese a tener siempre la comida en su sitio, es ella el reloj que pone la primera nota de despertador, y decide que es la hora de comenzar.
Subida a la almohada, su zarpica  roza mi nariz y su cara  pegada a la mía con el cálido maullido que entiendo de buenos días, hace que salga del mullido edredón cuajado de huellas y caricias de embozo.

El día se repite en el ¡¡vamos, Venus¡¡…y el salir de ella tras de mi con su trote gatuno.

Antes de que la primera visita sea el frigorífico para entregarle el sonrosado jamón York que ha venido a reclamar, la penumbra de la habitación abandona su calidez nocturna cuando la persiana, que sube con pereza  ante el bostezo inevitable que la acompaña, nos permite ver que de nuevo la nieve ha hecho acto de presencia. Ya es la quinta visita que este año nos hace llenando el bosque de blancura algodonada.

El blanco cielo, va recortando las figuras de los pinos que van vistiéndose con el manto suave de la nieve, presintiéndose desde el interior la frialdad de su envoltura.
La gata, subida a la mesa donde se forjan nuestros sueños de letra y sentimiento, se asoma a la ventana poniendo en sus ojos la curiosidad  que el asombro le dibuja.
Sabe lo que pasa, me mira a mí y luego vuelve a mirar por la ventana y maúlla preguntas de distintas tesituras que intento descifrar, mientras le digo: ¡vaya, gatita, de nuevo vuelve a nevar¡…y ella, que lo ha notado antes que yo, va deslizando sus ojos que se reflejan en lo míos, a la blancura nívea del exterior.

La nieve cae oblicua y copiosa.

Enfundada en un abrigado anorak, salgo fuera a respirar del aire fresco  donde me voy tiñendo de lunares frágiles que se derriten al instante, mientras otros copos se hacen rebeldes en el  refugio impermeable en el que me envuelvo.

He olvidado lo que me ha sacado de la cama tras el roce suave de unas almohadillas en la nariz que han escondido las uñas para no dañar. Cuando desde fuera miro hacia la ventana, la gata que pega sus bigotes al cristal, me mira con incredulidad y reproche, pues es la nieve la que ha tenido prioridad a su deseo y me lo recrimina.
Cuando la veo así, la risa estalla en mi boca dejando salir un hilo de vaho que se enfrenta al helor de la mañana, y, corriendo, entro de nuevo y a la orden de  ¡¡vamos, Venus¡¡  la gata vuelve a trotar saliendo tras de mi a por su preciado desayuno.

Yo me he preparado también el mío para que ninguna de las dos desayune sola.








































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